The Magic of Giving ourselves Permission
De Carmen Seijas
For a long time, although I worked as a "freelance" my work schedule was more intense than that of any of my friends who worked on a 9 to 5 job. I felt that perpetual pressure not to slow down, not to lose money, a constant fear of failing and an immense addiction to seeing results, to feeling pride in my work reflected in the eyes of others.
Supposedly I was on the right path, the one I should be on and it had been traced for me by myself with my sweat and tears, it was a pride to be so bruised by life.
In the midst of this perpetual suffering and effort, my emotional and physical aches appeared which, after not finding a solution in classical medicine, were considered “chronic”, my emotions in a perennial struggle to be heard. Pain, fear, anxieties,... My inner child screaming caged by adult life.
I felt that I had chosen a free path and opposed to others since I managed myself and decided who I wanted to work with, when and how. But those elections in practice turned out not to be real. Although I decided who I worked with, the "when" became "always" and the how became “until I completely exhausted myself.”
Throughout my life I have always identified myself with feeling comfortable in the paradises of my imagination, I have been a woman of the mind, a lover of analysis and reflection; which led to the fact that at the beginning of my journey my studio space was the equivalent of a temple to go to seek healing, in which to find asylum and my own space to expand. But expanding within four walls has limits.
I remember how in a meditation many years ago I felt that my energy vibrated at the tips of my fingers as if it wanted to go out, grow, reach everywhere. I felt that my physical body had limits, I wanted to touch the life that was beyond the dividing line of my skin. Over time, I would understand that the body was not the limit, but the sender of the message and the transmitter of the energy that asked for movement, asking for permission to go out into the world to see, touch and learn.
Our body is our greatest ally, it contains the greatest answers to our deepest questions, it has the medicine to heal our emotions and the ability to transmute them. But most of the time the weight of pain and the "defects" that we perceive in our physical body prevent us from seeing it as it is, once again the trees do not allow us to see the forest because we are not very different from any other plant, our internal chemistry is reflected in each flower that we find in nature and in which we seek to heal ourselves. The body knows what it needs and communicates it to us as it can.
My body communicated it to me loudly for years, screams that I didn't understand and others that I didn't want to understand. Those screams that told me "allow yourself to be you" "respond to your truth" "listen to yourself".
In my illusion I thought that I was listening to myself because I did not work in a company and I did not feel like a slave to schedules, but when I stopped to see my truth I was able to observe my productivist demands, my demands on myself and my emotions, my claim to adapt and to be “normal". I realized how little free I was and how little space I had to be my most real, incorrect, sensitive and transformative self. I realized how many times I had searched for my place outside of myself, in the eyes of others, in external approval.
But first of all I realised how lucky I was.
Because although I hadn't seen it before, now I saw it and everything I longed for was possible right now. My expansive space, my connection to myself and the earth, my freedom. Everything was there waiting for me to dare to take the step.
Most of the time the only thing we need is to give ourselves permission to be, do and see.
Thanks for reading me.
Carmen.
P.S. This letter has been written from the forest because now my desk is where I feel it has to be :)
*** ESPAÑOL ***
Durante mucho tiempo aunque trabajé como “freelance” mi horario de trabajo era mas intenso que el de cualquier persona asalariada que conocía. Sentía esa presión perpetua por no bajar el ritmo, no perder dinero, un miedo constante a fallar y una adicción inmensa a ver resultados, a sentir el orgullo por mi trabajo reflejado en los ojos de otros.
Supuestamente estaba en el camino correcto, en el que debía estar y había sido trazado para mi por mi misma con mi sudor y lagrimas, un orgullo estar tan magullada por la vida.
En medio de este perpetuo sufrimiento y esfuerzo aparecieron mis dolorencias que después de no encontrar solución en la medicina clásica fueron consideradas “crónicas”, mis emociones en perenne lucha por ser escuchadas. Dolores, miedos, ansiedades, … Mi niña interior gritando enjaulada por la vida adulta.
Ilusa de mi, sentía haber elegido un camino libre y opuesto a otros ya que me gestionaba yo a mi misma y decidía con quien quería trabajar, cuando y como. Pero esas elecciones en la práctica resultaron no ser reales. Si bien decidía con quien trabajaba, el “cuando” se transformaba en “siempre” y el como en hasta que me agotase completamente.
A lo largo de mi vida me he identificado siempre con sentirme cómoda en los paraísos de mi imaginación, he sido una mujer de la mente y del pensar, amante del análisis y de la reflexión; lo cual propició que en el comienzo de mi camino mi estudio fuera el equivalente a un templo al que ir a sanar, en el que encontrar asilo y espacio propio para expandirme. Pero expandirse dentro de cuatro paredes tiene limite.
Recuerdo como en una meditación hace muchos años sentía que mi energía vibraba en la punta de mis dedos como si quisiese salir, crecer, llegar a todas partes. Sentía que mi cuerpo físico tenia limites, quería tocar la vida que había mas allá de la línea divisoria de mi piel. Con el tiempo entendería que no era el cuerpo el limite si no el emisor del mensaje y el transmisor de la energía que pedia movimiento, pedia permiso para salir al mundo a ver, a tocar y a aprender.
Nuestro cuerpo es nuestro mayor aliado, contiene las mayores respuestas a nuestras preguntas más profundas, tiene la medicina para sanar a nuestras emociones y la capacidad para trasmutarlas. Pero la mayoría de las veces el peso del dolor y de las “taras” que percibimos en nuestro cuerpo físico nos impiden verlo tal y como es, una vez mas los arboles no nos permiten ver el bosque y es que no somos muy diferentes de cualquier planta, nuestra química interna se refleja en cada flor que encontramos en la naturaleza y en la que buscamos sanar. El cuerpo sabe lo que necesita y nos lo comunica como puede.
Mi cuerpo me lo comunicó a gritos durante años, gritos que no entendí y otros que no quise entender. Esos gritos que me decían “permítete ser tu misma” “responde a tu verdad” “escúchate”.
En mi ilusión pensaba que me escuchaba por que no trabajaba en una empresa y no me sentía esclava de horarios, pero cuando me paré a ver mi verdad pude observar mis demandas productivistas, mis exigencias sobre mi misma y mis emociones, mi reclamo a adaptarme y ser “normal”. Me di cuenta de lo poco libre era y del poco espacio que tenia para ser mi yo más real, incorrecta, sensible y transformativa. Me di cuenta de la cantidad de veces que había buscado mi sitio fuera de mi misma, en los ojos de otros, en la aprobación externa.
Pero ante todo me di cuenta de lo afortunada que era.
Porque aunque no lo había visto antes, ahora lo veía y todo lo que anhelada era posible ahora mismo. Mi espacio expansivo, mi conexión conmigo misma y con la tierra, mi libertad. Todo estaba ahí esperándome a que me atreviese a dar El Paso.
Y es que la mayoría de las veces lo único que nos hace falta es darnos permiso para ser, hacer y ver.
Gracias por leerme.
Carmen.
P.d. Está carta ha sido escrita desde el bosque porque ahora mi escritorio está donde yo sienta que tiene que estar :)
Gracias por compartir, me llevas a recordar y sentirme acompañada en este “permitirnos ser”, un abrazo
Natalia le